Sus últimos hallazgos demuestran que la utilización de anticuerpos monoclonales específicos detiene el crecimiento de las células malignas.
Gabriel Rabinovich no sólo expuso con precisión y contundencia sus resultados científicos en el marco del Ciclo de Conferencias: Fronteras en Ciencias Biológicas, organizadas por el IBR; sino que hubo tiempo para una charla informal y relajada con los becarios, los investigadores y la prensa institucional.
Desde el nuevo paradigma basado en la interacción entre galectinas y glicanos en la homeostasis inmunológica y el diseño de nuevas estrategias terapéuticas, hasta las gestiones para patentar y licenciar sus hallazgos con directas aplicaciones biomédicas, todo esto y otros aspectos del mundo científico fueron abordadas por el destacado invitado.
El grupo liderado por Gabriel Rabinovich desarrolló una nueva estrategia basada en el rol inmunorregulatorio de la proteína Galectina 1 para impedir el crecimiento de los tumores. Galectina 1 es producida por los tumores para poder suprimir la respuesta inmunológica. En el ‘99, Rabinovich empezó los experimentos con su primera tesista doctoral del grupo, teniendo la responsabilidad de llevar adelante la parte experimental del proyecto.
“Los científicos del Instituto Leloir nos enseñaron toda la parte oncológica y por suerte en el 2004 pudimos mostrar con ensayos in vitro e in vivo que Galectina-1 era producida por tumores para escapar del reconocimiento inmunológico”, comentó el investigador. Ese trabajo fue publicado en la prestigiosa revista Cancer Cell y así el equipo de trabajo logró una amplia repercusión internacional.
¿Cómo vislumbra el resultado de sus investigaciones en la clínica, aplicado en pacientes?
Vislumbro en la oncología clínica combinaciones de estos tipos de anticuerpos, inhibidores, quimios en dosis bajas, un cocktail, lo que funcionó con pacientes con HIV, acompañado de una medicina personalizada.
¿En cuánto tiempo podremos ver el medicamento en el mercado?
El trabajo está patentado, la idea es ver qué compañía va a licenciar, falta humanizar el anticuerpo y, en ese caso, hay que probarlo, luego están las fases clínicas y los protocolos. Cada parte tarda 2 años, entre 3 y 5 años si prospera y no hay toxicidad y si el beneficio terapéutico supera o es igual a otros anticuerpos que hay en la clínica; puede ser que en 10 años, quizás, uno pueda ver en las farmacias el medicamento.
¿Cuáles fueron los pasos para patentar?
Primero se patentó en Estados Unidos de manera provisional y ahora está saliendo la patente definitiva en CONICET conjuntamente con la Fundación Sales. Cada uno de los productos tiene su patente diferente.
Una vez obtenida la patente viene la fase de las licencias, ¿cómo están manejando esto?
En realidad hay muchas ventajas y desventajas en licenciar en el país. Me entrego a vinculación tecnológica, para que ellos decidan la empresa. No tenemos idea, es la primera vez que vamos a licenciar una patente y llevarla a la clínica.
En biomedicina hay menos experiencia, es un producto nuevo, farmacología diferente, hay muchas cosas para probar, pero creo que vale la pena. Por lo que vemos en los ratones, somos optimistas en que en los pacientes vamos a ver resultados similares.
Con el anticuerpo anti-PDL1 y con el anti- CTLA4, que fueron moléculas blancos terapéuticos que comenzaron así, descubriéndose que eran mecanismos inhibitorios en la experimentación básica, hubo mucha reticencia, porque era la época que la inmunoterapia no estaba en boga, entonces, los oncólogos eran reticentes en inyectar esos anticuerpos monoclonales que estimulaban la respuesta inmune.
Nadie hubiera pensado que la revista Science iba a publicar en la tapa la inmunoterapia en el 2013 como hito, porque hay pacientes que no respondían frente a otros tratamientos convencionales como el cáncer de páncreas y si lo hacen con estos anticuerpos.
¿Cuál es su visión del sistema científico actual, cómo mejorarlo para obtener mayores beneficios en las investigaciones y sus aplicaciones?
Veo que la ciencia argentina está efervescente, mi percepción es que la sociedad está valorizando la ciencia en forma general, tengo esperanzas que esta política científica se mantenga y se refuerce.
Si bien se ha hecho mucho, falta mayor comunión entre el sector público y privado, con ONGs. Las generaciones de científicos anteriores, de elite, veían con malos ojos la interacción con lo privado. Las compañías privadas tienen miedo de ser usadas, de perder. Es necesaria una ley de mecenazgo, ya que las empresas hoy no encuentran beneficios en apoyar financieramente a la Ciencia, el Estado debería facilitar este acercamiento. Sería ilógico pensar que un proyecto como éste se podría realizar solamente con subsidios del estado como PICT.
Además, tenemos que tener más claro que investigamos para la gente y sacrificar nuestras ideologías, para pensar en el bien común.
Hay que apuntar a la economía del conocimiento, incluso los grupos que apuesten menos en transferencia, hay grupos que no podrán hacerlo, pero sí hacen economía del conocimiento, porque están cambiando paradigmas de los libros. Por ejemplo, la gente que hace ciencia básica, se tiene que preocupar por contestar preguntas que sean relevantes.
Para mí, el único punto crucial, es que la preguntas tienen que ser importantes; ni siquiera, me parecen importantes las metodologías para responderlas, ni los caminos, ni los equipamientos costosos para responderlas. Porque tengo la idea de que lo que no tenemos lo conseguimos colaborando con gente de otro lugar del mundo. Esto de pensar que en Argentina tenemos que tenerlo todo es muy loco porque, incluso en USA, los mejores trabajos científicos son en colaboración.
Al estudiar la interacción de una proteína con un azúcar, necesitamos de glicobiólogos, de biofísicos, de biólogos moleculares, de inmunólogos; es imposible que lo hagamos todo nosotros. El fin es mucho más importante que las estrategias experimentales para lograrlo, el tratar de generar cosas que sean relevantes, que hagan brillar a la Argentina también afuera.
Tengo en claro la frase de Houssay, “Hay que volar alto porque la vida siempre rebaja”, cuanto más alto uno vuele, se va a sentir mejor. Es cierto que es muy difícil llegar, pero esto se hace colaborando y ayudándonos unos a otros.
Es solo buscar en el vecino con quien podemos colaborar, en el país hay gente trabajando en muchas disciplinas que se han formado también afuera. Importa generar algo bueno en esta vida tan finita que tenemos.
Para mí no le quita mérito a los trabajos tener muchos autores, no le quita méritos al trabajo colaborar. Me pasó en la publicación de Cell, que a alguno le llamó la atención que por un experimento pequeño haya estado como autor; es que gracias a eso se publicó, sería injusto que esté sólo en los agradecimientos. Creo en la cadena de favores, estamos para ayudarnos, sino tenemos tantos recursos, aprovechemos el recurso que tiene el otro.
¿Cuál es su proyecto en relación a una infraestructura que albergue a un mayor número de investigadores?
Actualmente estoy muy bien en el IBYME. Sin ser del instituto, me eligieron. En mi grupo hay 13 investigadores y somos en total 25 personas.
¿Cómo ve al IBR?
Tengo una cosa afectiva con el IBR, desde que vine por primera vez y conocí a Diego de Mendoza. En la decena de los mejores científicos de Argentina está Diego, sin dudas. Le tengo mucho cariño personal y mucho respeto profesional.
Después lo conocí a Tato, y se me reforzó esta idea, porque además de ser brillante es buena persona. Esta combinación de: colegas que uno respete y que sean buena gente, no hay una variedad impresionante. Hay tanto ego en nuestro sistema que es muy difícil encontrar gente como ellos.
Por Jimena Zoni